Extracto de las memorias de Jaime Nubiola Vilumara
 
De mi infancia me quedaron grabadas las visitas que hacía con mi madre a su hermano José Vilumara Farnés, para todos el “tío Pepe”. Era médico sin ejercer, soltero, y se daba buena vida; muy voluminoso, porque le apetecía comer bien: cuando le gustaba   especialmente un plato llamaba a la cocinera para felicitarla. Vivía en la calle Pelayo, encima de la tienda de Paños Ramos, cerca de la Plaza Universidad. Tenía una galería de cristales de muchos colores que me gustaba. 
 
Mi tío Pepe era impetuoso, se exaltaba y se enfurecía con bastante facilidad. Un día, cercano ya el verano -tendría yo unos siete años y era la época de la República, cuando estaba exiliado el rey de España- mi madre me compró una camisa de color verde intenso, me la probaron y mi madre quiso que me la dejara puesta para ir a ver al tío, vestido más elegante. Al verme, le sobrecogió como un ataque de cólera:    ¡Una camisa verde!    ¡Qué temeridad!: precisamente las letras de “verde” son las iniciales de “Viva el rey de España”!   
 
El tío Pepe murió joven, poco después de haber cumplido los cincuenta años. Legó sus bienes a su otro hermano Miguel, y mi madre heredó una parte de sus muebles: entre otros, el salón completo, que él a su vez había heredado del tío de mi madre, “tío Ricardo”. Ahora, parte de este salón constituye el mobiliario de las estancias nobles de mi casa. Son piezas de anticuario.
 
Se contaban muchas otras anécdotas hilarantes del tío Pepe:
 
Debido a su hipertensión tenía varices en las piernas. Entonces aconsejaban los médicos   -actualmente le operarían- que se protegieran las piernas con un vendaje desde la rodilla hasta el tobillo. Un día paseaba por la Rambla y se le acercó un señor muy amable que le advirtió: “Senyor, tingui compte que arrosega la tenia”.
 
Un día fue mi hermana Montserrat la que acompañó a mi madre para visitar al tío Pepe. Para presentarse más elegante se puso un sombrero nuevo. Cuando llegaron, tío Pepe no estaba en casa, pero la sirvienta que les abrió la puerta les dijo que no tardaría. Le esperaron sentadas en la galería que tenía en la parte trasera del piso -por cierto muy bonita por lucir unas cristaleras de colores de tipo modernista- y Montserrat para estar más cómoda se quitó el sombrero y lo dejó en otro sillón vacío.
 
Al poco rato llegó tío Pepe y después de saludarlas se sentó sin mirar en el sillón donde estaba el sombrero. Montserrat no se atrevió a decirle nada, pero cuando se levantó él se dio cuenta de que con su imponente peso había aplastado el sombrero, que perdió ya su calificativo de nuevo. Ocurrió precisamente lo que quería evitar Montserrat: tío Pepe se enfadó furiosamente con Montserrat por haber depositado el sombrero en lugar inadecuado.
 
Otra originalidad que me comentó mi hermana Montserrat es que cuando venía a comer a casa, por ejemplo, en Navidad, se le colocaba en la cabecera de la mesa. Sin apercibirse, en el transcurso de la comida, se iba apoderando de todo lo que tenían los que estaban a su alrededor: copas de vino o cava, servilletas, pan, etc.
 
Otras anécdotas las protagonizaron el tío Ricardo Vilumara Curtoy, (hermano de mi abuelo materno, Eusebio) con su esposa Eulalia Vilumara Bayona, solos o con el tío Pepe.
 
Contaban que a Ricardo y Eulalia les gustaba la ostentación y el boato. Fueron abundantes las singularidades del tío Ricardo y también los caprichos de tía Eulalia. Quizá este último extremo era comprensible por cuanto a la tía la casaron cuando sólo tenía dieciséis años. Después de su boda aún no tenían planificado su viaje. Tío Ricardo le propuso a su joven esposa ir a Paris y quería partir el día siguiente. Ella le obligó posponerlo, porque tenía que controlar al servicio que “feia la bugada” (hacía la colada).   Marcharon a París cuando la tarea quedó concluida.
 
Una vez en París vieron en un escaparate una cunita que a ella le entusiasmó: ¿acaso no habían ido a París a “encargar un bebé”? ¡Le hacía tanta ilusión! Por desgracia este sueño nunca se hizo realidad.
 
De todas formas ella quería la cunita y pedía insistentemente a su marido que la comprara. No tuvo más remedio que entrar en la tienda y por fortuna ella se conformó en tomar todas las referencias para pedirla desde Barcelona tan pronto como la necesitaran.
 
Más adelante hicieron un viaje por Europa con el tío Pepe. Un día, se encontraban en un restaurante de un pueblo de Alemania.   Tío Pepe chapurreaba algo el alemán. Preguntó si les prepararían dos huevos fritos para cada uno, al modo que se acostumbra en España. Pensaron que era la forma de conseguir un servicio rápido. Al contrario, tardaron mucho. Observaron que una chica salía con un cesto y al cabo de un buen rato regresaba con una gran cantidad de huevos.
 
Estaban ya nerviosos. ¿Cómo era posible que no tuvieran media docena de huevos?   Finalmente, después de reclamarlos, empezaron a traer platos y más platos con huevos fritos. Resultó que tío Pepe pidió “zwanzig” (veinte) en vez de “zwei” (dos).
                                                                   
En un trayecto de ferrocarril de una duración aproximada de ocho horas, les informaron de que los vagones carecían de lavabo. Tía Eulalia se negó a montar al tren. Hablaron con el jefe de la estación y lo pudieron resolver contratando un vagón especial que tuvieron que añadir y que ocuparon ellos tres solos.
 
Al cabo de una hora tío Ricardo sugirió a tía Eulalia la posibilidad de usar el lavabo, pero no tenía entonces necesidad. En varias ocasiones, más tarde repitió el ofrecimiento. ¡En vano! En todo el trayecto se negó a utilizar el lavabo y nosotros nos hemos quedado con las ansias de saber las causas de sus persistentes negativas.
 
Mi prima Pilar Vilumara Equisoain, la hija de mi tío Miguel, hermano de mi madre, me acompañó una vez hasta el panteón del Cementerio de Montjuic donde descansan los restos de los tíos Ricardo y Eulalia. En una gran lápida de mármol figuran sus nombres. Pilar me contó que dejaron establecido en su testamento que les enterraran metiendo el título de propiedad dentro, para que no sepultaran a nadie más.